sábado, 12 de diciembre de 2009

Percepción del fin de los tiempos

Llegado a este punto en el camino de la vida y consciente de que me quedan no más de cuarenta años de existencia, en el mejor de los casos y siempre que el azar no lo impida, sólo la certeza de que mis ojos no verán la demolición del planeta alivia el desconsuelo que me produce comprobar cómo los gobernantes que nos hemos elegido son incapaces de evitarlo. Lo lamento por todos esos niños a los que les imponemos la condena por un delito, el de nacer, del que no son responsables. Por eso propongo que se les eduque en el arte de la depredación; que sean partícipes desde el principio de sus días en el proceso de destrucción al que sus padres se dedican con cotidiana entrega; borrar de sus registros todo valor de solidaridad y tolerancia e inculcarles el necesario sentido de lo individual donde sólo importa crecer y no proliferar. Así, en unos años, las generaciones serán más magras y los que sobrevivan podrán aprovechar mejor los menguantes recursos que ofrezca el planeta. Y de esa forma, llegará el momento en que la humanidad evolucione hacia su propia extinción y logre así el supremo fin de su naturaleza: ser dueña de su propio destino y no permitir que sea el edificio que la alberga el que con su desmoronamiento la aniquile.
Mientras llega el momento, sigamos jaleando a los arquitectos del caos, miremos hacia otro lado mientras la casta dominante insiste en su empeño en preservar sus privilegios y atesoremos todas las riquezas posibles en nuestros pequeños universos antes de que lo hagan los demás. Así ganaremos en poder e insignificancia. Ningún ser vivo nos lo reprochará; al contrario, todos los que carecen de la facultan de razonar asumirán resignados el destino que elijamos y quizás, cuando lleguen los tiempos de oscuridad, sean los que hereden nuestra carroña.
Mientras tanto, que siga el festín. Al fin y al cabo, si alguno de los productos de nuestra perpetuación decidiera reprochárnoslo tendrá que hacerlo sobre frías lápidas o gritar al viento su desprecio. Para entonces, no seremos más que un recuerdo, un sencillo epígrafe en los libros de Historia o todo un volumen en la enciclopedia de la estupidez.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El imperio de la decencia o la paradoja de la libertad

Es posible que esté equivocado, pero no recuerdo que el rey haya acudido alguna vez a un mitin o haya sido agasajado por un partido político, ya sea directamente o mediante alguna de sus fundaciones paralelas, antes de que esa fábrica de doctrina y paradigmas conocida como Faes se atreviera a convocarle para recoger un premio por su labor en aras de la libertad. No me extraña el caso, acostumbrada como está la derecha española a apropiarse y administrar a su antojo todos los símbolos de su nación -eso sí, siempre que la gestión quede lo suficientemente lejos de cualquier convocatoria electoral cuyo resultado establezca un escenario en el que los pactos con nacionalistas sean una opción-, pero sí que me duele observar la complacencia con la que mucha gente que tengo por sensata ha aceptado esta nueva muestra de cinismo y, por contra, comprobar una vez más con qué ufanía ensalzan el suceso los portavoces del conservadurismo calificándolo como un rasgo de normalidad democrática y ocultando astutamente la reacción que hubiesen mostrado en el caso de que el monarca -o su gabinete, que para eso está- agradeciera y sin embargo rechazara el homenaje. ¿También lo considerarían un rasgo de normalidad democrática o se lo reprocharían con ese discurso melifluo tan socorrido que emplean para etiquetar a todos aquellos que no aceptan su verdad revelada? Desde luego, me inclino por lo segundo.
La presencia del rey en semejante escenario confirma que el estado del miedo en el que han sumido a la sociedad esta pandilla de sofistas es patente, y si no se hace nada por remediarlo es muy posible que la deriva conduzca a la esclerotización de la voluntad y del sentido crítico. Una situación que con solo echar un vistazo a la Historia de España -algo que, por desgracia, no se hace con toda la frecuencia que sería necesaria- revelaría un enorme catálogo de peligros que se ciernen sobre nuestra joven estabilidad democrática, encabezado por la alienación de una sociedad cada vez más indiferente, adocenada e ignorante. Es el terreno perfecto para edificar el autoritarismo y la exclusión, por supuesto disfrazado de democracia.
Pero la democracia tal y como se concibe en España no es más que un juego en el que al pueblo sólo se le deja tirar los dados, como un requisito indispensable para mantener una imagen aceptable ante lo que algunos se empeñan en llamar mundo libre. Sin embargo, este es un juego adulterado, con los dados trucados, pues quien los arroja carece de el elemento fundamental para que todo funcione: sentido crítico. El jugador ya no es libre desde el preciso momento en que concibe como dogma las propuestas de cada partido; y así, cautivo, se convierte en adepto ya sea por esa obediencia esencial que caracteriza a los débiles de espíritu o por conveniencia. En medio de esa masa creciente de fieles se encuentran quienes aún poseen la virtud del análisis que confiere una voluntad intacta, aunque esa minoría instruida es cada vez más impotente debido a un sistema electoral que dispersa el voto.
Esa debilidad permite el esperpento y, así, aún no hemos sido capaces de colocar al franquismo en el lugar que le corresponde, considerando su vigencia como una expresión folclórica inofensiva. Y mientras tanto, la cobertura que la nueva extrema derecha concede a diario a ese tipo de ofensas da lugar a que aún se le conciba como una opción viable y se representen viejas escenas de exaltación de aquella dictadura con el beneplácito de la Iglesia católica y no pocos miembros de esa derecha democrática que se muestra comprensiva con ese pasado abyecto, apelando a una libertad pervertida y, sin embargo, amparada por la ley.
Nunca el espacio público se había mostrado tan cautivo de la sinrazón, asaltado por lunáticos que ejercen de salvaguardas de la decencia y los intereses de políticos ávidos de poder. Y si ya es preocupante la proliferación de medios de comunicación obsecuentes que hacen de la aporía su razón de ser por motivos partidistas o económicos, más lo es que instituciones públicas como las universidades se suban al carro y programen actividades en las que participan este tipo de personajes, movidas por la necesidad de convocar cuanta más audiencia mejor y justificar así la inversión menospreciando la verdadera naturaleza de su propuesta, que es tan sencilla como la formación de ese espíritu crítico y analítico tan raro hoy en día mediante la exposición de ideas -no paradigmas- y el debate constructivo -no la discusión tabernícola- con el objetivo de alcanzar puntos de encuentro que permitan a la sociedad acceder a una información lo más fidedigna posible y establecer las cuestiones precisas que conduzcan a la reflexión. Pero no es así. El prestigio de las convocatorias se mide por audiencias y así no vamos a ninguna parte.
Es cierto que todo el mundo tiene derecho a expresarse con libertad, pero no a hacerlo donde le plazca. Son quienes gestionan los foros públicos los que deben establecer los criterios para acceder a ellos y, si bien, siempre queda la oportunidad del debate, han de ser los ponentes quienes se responsabilicen de sus ideas siempre desde el rigor académico que confiere el conocimiento de la materia que se trate o eso tan denostado hoy en día por poco conveniente, tal es la autoridad. El foro público debe estar libre de dogmas o, al menos, éstos deben ser presentados como rebatibles y, sobre todo, aceptar esa controversia. Todo lo demás es abonar el desconcierto, estimular la militancia y, por lo tanto, renunciar a la libertad.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Bronca

Oí de una acalorada discusión entre un ministro y un diputado en sede parlamentaria, y me alivió pensar que los políticos no están huecos, que aún corre la sangre por las venas de estos títeres de la conveniencia empeñados en naturalizar una pantomima, aunque sólo sea tras las puertas de la realidad, allí donde habita una intimidad que les humaniza y está prohibida la entrada a esa farsa que ofrecen con la complacencia de una sociedad indolente y maleable. No se concibe la ira en las sonrisas que se regalan en los intermedios de las disputas; no hay rencor ni desprecio cuando impera la soberbia de quien sabe segura su estabilidad. Todo obedece a una estrategia medida, un guión inalterable que garantiza el poder que el pueblo les ha entregado.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Versión, digresión, indigestión

Hay música que se ha escrito para ser interpretada y otra cuyas notas contienen un código genético que la hace inmutable. Quizás no fuese su intención, pero cuando Jacques Prévert y Joseph Kosma alumbraron 'Les feuilles mortes' ('Autumn leaves' para el común de los mortales) no sabían que se iba a convertir en una de las canciones más versionadas de la historia, gracias a lo cual entraron en el Olimpo de los clásicos sin mucho más esfuerzo creativo. E incluso algunas de sus revisiones son bastante más emocionantes que el original y además se presta a ingeniosas variaciones que ofrecen resultados sorprendentes. Es lo que yo llamo una canción acomodaticia.
También con las obras de compositores históricos se puede hacer un tanto, no en vano la variación de piezas originales es uno de los recursos más socorridos para dar rienda suelta al ingenio y mostrar dimensiones sonoras desconocidas que han marcado auténticos hitos en la historia de la música. Recordar 'El concierto de Aranjuez', de Joaquín Rodrigo, interpretado por Miles Davis o Jim Hall y Chet Baker es un argumento preciso que sostiene esa realidad. La reciente selección de Fernando Trueba publicada bajo el título 'Clásicos para los amigos' es una buena muestra de lo que sucede cuando los héroes osan interpretar a los dioses.
Sin embargo, hay canciones que no se pueden interpretar si no se quiere incurrir en el ridículo, pues sus estructuras están tan perfectamente ensambladas que cualquier revisión altera el equilibrio que impone su esencia. Si alteramos el ADN de cualquier ser vivo obtenemos un mutante, y con algunas canciones sucede lo mismo. Hay canciones inmutables que atesoran una perfección que se refleja en la disposición de cada nota; por supuesto que se pueden interpretar, pero jamás puede mejorar el original como ocurre con otras mucho más maleables: la mejor versión de 'Imagine', de John Lennon, es 'Imagine', de John Lennon. Todo lo demás es pura pretenciosidad.
Por más esfuerzos que hago, no logro imaginarme que serie de terribles efectos me produciría escuchar 'London calling' en panocho. Y seguro que habrá por ahí algún descerebrado que piense en perpetrar semejante disparate, atendiendo a la ecuménica convocatoria de la nueva Radio 3 para buscar la ¡mejor! versión de esa canción y saciar así el ansia de moderneces que parecen haber contraído sus responsables. Creo que no lo podría soportar en ninguna de las lenguas cooficiales del Estado ni siquiera en su inglés original, porque esa es una de esas canciones que no admite enmienda.
No se trata de renegar de la versión, pero no por ello se ha de convertir en un alarde de creatividad y menos cuando se profanan santuarios que están muy bien sin que les dé el sol de la digresión. Así que cuando vuelva a escuchar una sesión de versiones iré a toda prisa a rescatar los originales, no sea que se hayan deteriorado con el paso del tiempo y la osadía.

jueves, 29 de octubre de 2009

Corruptio

Lo que más me fascina del corrupto es su capacidad para convivir con la falta. Sólo el delincuente es plenamente consciente de su delito; alberga la esperanza de que no se pueda demostrar y, por tanto, eludir la justicia, pero me pregunto cómo es capaz de conjurar el demonio de la culpa cuando se enfrenta a sí mismo en la intimidad. Creo que ese estadio de descomposición moral debe emanar de un trastorno emocional que convierte al que lo padece en un ser asocial. Si no, es inconcebible una interpretación más sublime de la perversión.

lunes, 26 de octubre de 2009

Miseria

¿Por qué no ayudé a aquella mujer greñuda, desdentada y consumida cuando me alargó su mano arrugada suplicando unas monedas? Es la pregunta que me hago desde que tuve el encuentro hace unos días. Estúpidamente, maldije mi suerte por que el azar la cruzara en mi camino y ahora su imagen persiste en mi recuerdo como una condena. Y pienso en aquellas ilusiones, proyectos y esperanzas que hubo de tener alguna vez o que quizás tenga aún; y en qué habrá en su intimidad; si habrá alguien quien la espere o sólo sea la soledad su compañera; en si compartió su vida con alguien; si fue madre, porque ya no lo es... Quizás no le di limosna para sentirme tan miserable como ella, para sufrir deliberadamente el dolor que me produce saber que hay quien no tiene nada, que toda una vida se pueda resumir en un deseo de muerte, que de nada sirve optar al progreso si hay quien nos ata al pasado. Sé que mi dolor no resolverá su necesidad, pero al menos me sirve de redención.

domingo, 25 de octubre de 2009

Las ideas

Busco pero no encuentro las palabras precisas para expresar mi estado de ánimo. Quizás no existan y haya que inventarlas, pues ni yo mismo sé lo que sucede. Sólo puedo describir la parálisis que afecta mi capacidad de componer un texto con sentido, construir un discurso coherente que refleje mis ideas de forma clara y no que, en cambio, se empeñe en atomizarse en infinitos argumentos que no conducen a ninguna parte. Sé lo que quiero decir, pero no encuentro la manera de hacerlo. Las ideas pugnan por salir de mi cerebro, recorrer el cuerpo hasta alcanzar mis dedos y manejarlos con precisión para elegir las palabras adecuadas. Y cuando lo consiguen, se lanzan en loca desbandada abandonándose a la retórica; intento pastorearlas, pero me plantan cara y entonces se difuminan en un olvido espontáneo que las cobija. Sé que están ahí, que me observan burlonas y se regocijan de mi tribulación. Y sé que sin voluntad, no podré recuperarlas. Me atormentan en los momentos previos al sueño; asoman sus cabezas y me asaltan ágiles y solícitas; saben que nunca les corresponderé en ese trance cautivo de la pereza. Y cuando las necesito, esquivan mis requiebros, altivas y displicentes, emplazándome a otro lapso de debilidad en el que la lucidez vuelva a estimular mi ingenio. Sólo me resta una esperanza: poder atraparlas en un descuido o vencer la pereza.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Libros para todos (Nota al pie de la Selin)

Ana Escarabajal, intrépida librera de esas que ya no quedan, viéndome atribulado por la recalcitrante lluvia que puso a prueba la buena marcha de la Selin durante sus primeros días, me dijo que todas las ferias del libro traían agua. "Y si no, dime si es habitual que llueva en Madrid en junio, y siempre cae alguna tormenta durante la Feria del Libro". Su experiencia en estas lides librescas confirmaba esa afirmación y entonces, una vez aceptada la fatalidad, se me ocurrió que en una región como ésta, donde la lluvia es una excepción, bien se podría celebrar una feria del libro que durara el año entero y así, además de lograr por insistencia que el personal lea, conseguiríamos descolgar de una vez por todas las súplicas de 'Agua para todos' que afean los ayuntamientos y sustituirlas por el anuncio 'Libros para todos'. Todo nos iría mucho mejor.

viernes, 26 de junio de 2009

Mercadotecnia post mortem II

Otro ilustre que sumar a la estadística fúnebre, y todo el mundo a hacer el payaso. Rictus de dolor en las masas adocenadas que se concentran en santuarios añejos en busca de un segundo de fama. Minutos despilfarrados en medios de comunicación para glosar la figura de un tipo al que, no hace mucho, se le apuntaba con el dedo acusador de la justicia universal por airear impúdicamente sus extravagancias. Se frotan las manos los tenderos de la música, pensando en la cantidad de discos que van a vender a partir de ahora, e incluso aparecen obras inéditas que parecían esperar a la muerte para procurar beneficios. Lo malo es que este tío se haya largado al otro mundo justo cuando empiezan las rebajas; ahora tendrán que vender más barato los despojos de su legado aunque como serán muchos los que descubran la grandeza del fulano siempre se puede compensar la cuenta con el previsible volumen de ventas. Sería curioso saber cuántos discos del colega se vendían antes de que estirara la pata, aunque imagino que aún serían unos cuantos visto el furor que causó entre sus adeptos el anuncio de que iniciaría una gira mundial para cantar lo de siempre. Las entradas para 50 conciertos estaban ya vendidas y ahora tendrán que devolver el dinero o colocar una antología de sus vídeos. Veo en la tele a un gordo fuera de sí, aclamando al ídolo con gestos calculados. Qué será de este gordito frenético cuando sepa que si quiere ver al objeto de sus desmadres ya será enlatado y no vivo y bailando. Seguro que será uno de los que pasee su pena por las calles de su ciudad, lleve flores a algún improvisado memorial y se preste a esas vigilias esperpénticas de seres adocenados. En fin, que se joda. Que se jodan todos, porque la muerte no perdona ni al rey del pop, aunque ésta haya sido convocada deliberadamente, y quizás así sepan que la vida es mucho más interesante si no se la regalas a cualquier mortal. Aunque bien pensado, si la fama la alumbra el público, es lógico que esa gente lamente la desaparición de su engendro.

viernes, 19 de junio de 2009

Erase una vez en verano I

Rascayú, a quien la muerte reservaba la virtud de la humildad; María Sarmiento, a merced de los elementos; y Pichote, santo varón de los tontos: polímeros extravagantes de un compuesto inmaterial tejido con retales de imaginación, iconos ancestrales que deambulan por el laberinto de la tradición. Horda insólita que asalta el recuerdo sembrando melancolía entre quienes aún se aferran a ese pasado brumoso que se empeña en perdurar a pesar del imperio de la estulticia. Quizás sea porque el sol quema con los terroríficos termómetros como notarios de su poder que mi mente se descuajeringa en miríadas de imágenes inconexas que, sin embargo, cobran sentido en dúctiles emociones.
Yo, que tengo como lema aquello del sayo y el cuarenta de mayo, creo un insulto que la realidad contravenga la tradición y que en medio de junio sufra los rigores del calor hasta el extremo de despojar mi cama del acogedor cobertor y mostrarme a las tinieblas de la guisa que tengo reservada para el estío riguroso, es decir dormir en pelotas. Eso me descompone y aunque no entienda las exageradas reacciones del vulgo ante el envite climático, no puedo soslayar un jirón de solidaridad con los sudoríparos, más cuando yo mismo he de combatir con denuedo los fluidos que mi cuerpo se empeña en excretar sin criterio.
Como mi capacidad olfativa está estragada por la acción del bendito tabaco, me ahorro sentir los aromas que expelen las criaturas con las que tengo la desgracia de cruzarme en las cada vez más escasas ocasiones que decido mezclarme con ellas; y sólo aquellas que gustan de conservar la esencia hasta alcanzar lo añejo me hacen sentir parte de la humanidad.
(Seguirá)

jueves, 11 de junio de 2009

Martin Suter o el escritor pedagogo y su obra de pretendida insania

Yo comprendo que para quien vive de la escritura debe ser complicado atender a los rigores de la profesión y conceder al público una novela de forma periódica, para que la editorial pueda justificar el desembolso que permite al autor vivir, sobrevivir y, a algunos, incluso disfrutar de la vida. Si no se dispone del favor ciego del lector, y eso sólo lo proporciona el mercado, no sirve cualquier alarde de técnica por mucho que la idea que inspire el argumento de la obra sea atractiva y de ahí que echen mano de los manuales y las enciclopedias para llenar los huecos de la creatividad con empastes de humanismo artificioso. Así, si la historia no da para cubrir las doscientas páginas que se requieren para confeccionar un libro que justifique el precio, pues se coloca a un pastor como personaje y se llenan unas cuantas con el arte del pastoreo o la genealogía de la cabra. Algunos autores tienen una extraña habilidad para encajar esas disquisiciones y no morir en el intento, e incluso resultan interesantes en ocasiones, y en otras se convierten en lo más interesante dada la inanidad de la trama en sí misma. Una novela de amor convertida en un manual de jardinería, una intriga mechada de ciencia forense o, el colmo, novelas históricas alimentadas en la wikipedia... Los escritores que caen en esa tentación se convierten, deliberadamente o no, en pedagogos accidentales y su propuesta se resiente sin remedio al confundir lo literario con lo documental, por mucho que se esfuercen en armonizar ambas dimensiones para lograr un todo complementario que refuerce el resultado. En ocasiones el experimento resulta y la documentación enriquece la ficción, pero en otros el naufragio está garantizado en tanto que la parte documental es prescindible pues no aporta absolutamente nada al desarrollo de la trama, y entonces aflora la impostura. Aún hay una tercera dimensión en esta literatura pedagógia, y es en la que documentación y ficción, aunque no complementarias, sí funcionan por sí mismas y permiten al lector adquirir por un lado una información interesante y, por otro, identificar el argumento con su propia naturaleza. Y si el escritor consigue que ambas partes funcionen, la obra, aunque menor y artificiosa sin duda, puede llegar a ser apreciable e incluso, como es el caso, reseñable.
'El diablo de Milán' se encuadra en este último tipo de novela pedagógica. Martin Suter cuenta la historia de una joven maltratada que huye a las montañas en busca de la paz que le ha hurtado su pretendida vida feliz en la complaciente sociedad urbana. Experta en fisioterapia, consigue ser contratata en un hotel balneario dirigido por una bella y extraña mujer que pretende devolverle su viejo esplendor, aunque las gentes del pueblo donde se ubica no piensen lo mismo. La joven protagonista se encontrará allí con unos personajes ambiguos y desconcertantes en un ambiente que Suter se empeña en dotar de una atmósfera enfermiza y desasosegante. Pronto comenzarán a suceder extraños episodios que parecen seguir el guión de una antigua leyenda del lugar en la que el diablo es el protagonista. Entretanto, su ex marido -vástago de una familia de potentados suizos- intenta por todos los medios cobrarse venganza utilizando todos los medios a su alcance. La historia, como es fácil figurarse, terminará en tragedia.
Y para contar todo ésto, Suter aprovecha para desvelarnos algunas técnicas de masaje, hablar de neuropsicología a propósito de la sinestesia que sufre la protagonista desde que se puso hasta las ancas de ácido, o de filosofía mediante disquisiciones acerca de las diferentes realidades percibidas por el ser humano. Todo ello bastante interesante por cuanto de revelador tiene, pero absolutamente improcedente para con la historia en sí misma. No obstante, Suter resuelve con oficio las dos propuestas y el conjunto resulta gratificante.
Otros valores que hacen recomendable esta novela, publicada por Anagrama, son la certera descripción de los personajes, sobre todo los secundarios, y algunos recursos técnicos como la presentación del escenario y sus gentes desde la perspectiva de un observador en movimiento, lo cual dota de agilidad a la narración y elude las fallas en el discurso, que fluye con dinamismo y dota de claridad a las imágenes.
Con todo, y a pesar de las astucias argumentales, 'El diablo de Milán' es una novela recomendable aunque no memorable.

miércoles, 3 de junio de 2009

Parábola del elefante (o los elefantes, según se mire)

Construyeron su universo sobre el lomo de un elefante, creyendo que por su fortaleza lo aguantaría todo. Y así fue durante mucho tiempo, pero el animal murió de viejo y todo se vino abajo. Ahora buscan con denuedo otro elefante sobre cuyo lomo erigir de nuevo aquel universo perdido, aunque aún no han encontrado un paquidermo inmortal.

martes, 26 de mayo de 2009

Mercadotecnia post mortem

Igual cuando me muera, alguien encuentra en algún cajón perdido de la casa que deje vacía alguno de los cuentos que he escrito a lo largo de mi vida, porque ni yo sé dónde están y me da pereza buscarlos. Es posible que ese alguien esté relacionado y vea en ellos la posibilidad de conseguir algunos dinerillos. Es sencillo colocar textos cuando su autor ya no está para impedirlo. Igual las mesas de novedades en los grandes almacenes se llenan de mis obras y hasta alcanzo la fama aunque ya no pueda disfrutarla y, en vida, haya abjurado de todo lo que supusiese dar la cara en público. Es posible, incluso, que me eleven a la categoría de clásico y sea referente para futuras generaciones de escritores con ansias de cariño global. Mis obras serán como los restos de un naufragio que quedan a disposición de quien los encuentre, aunque me esté pudriendo en el fondo del mar, matarile, rile, rile. Y puede ser que quien les saque partido se haga millonario y pueda pasar el resto de sus días agradeciendo el azar el haber encontrado una mina en el lugar menos sospechado. Ahora estoy a tiempo de joderle el negocio, destruyendo todo lo que he escrito, pero como ya he dicho, me da pereza buscarlo. Así que mejor que le aproveche.
Por cierto, ¿alguno de los que ahora llora la pérdida de Antonio Vega, se preocupó en vida del músico por cómo se machacaba las venas, deambulaba como un espectro por homenajes compasivos y, sobre todo, componía las que han sido sus mejores canciones? No recuerdo haber visto en los estantes destacados de los grandes almacenes esas obras, y menos aún que se le prestara la atención que merecían en radios, televisiones y periódicos. En vida era uno más y necesitaba la pasta para existir. Tampoco recuerdo que se le permitiera cantar sus nuevas canciones en espectáculos de masas organizados por los guardianes de la ortodoxia creativa. Y ese crucifijo sobre el féretro: ¿Es que creía en Dios? En fin.

martes, 19 de mayo de 2009

La primavera se rompió del todo

En pocos días se han ido Benedetti y Castilla del Pino. dos hombres consecuentes que encontraron en la Literatura un medio para regalarnos su sabiduría, sensatez y claridad de ideas. Dos resistentes en el lodo de la servidumbre, dos tablas para náufragos en el mar de la mediocridad, dos genios que nos dejan su obra para que sepamos administrarla con talento. Dos espíritus libres, combatientes y elegantes. Su voz se ha apagado, pero queda su alma y esa es eterna entre los mortales. Hagamos que sea así y que no caiga en manos de los promotores del olvido. Benedetti y Castilla del Pino, incómodos seres para los hipócritas que hoy lamentan su pérdida y que mañana intentarán ocupar su espacio con remedos futiles de ingenio. En el otro lado seguirán observando y su legado servirá para moderar los envites de la mezquindad. Ya quedan pocos, pero muchos serán los que han de venir para mantener saludable el mensaje de libertad, emoción y sensatez. Que no decaiga.

Carlos Salem y su novela regia


Título: 'Pero sigo siendo el rey'.

Autor: Carlos Salem.

Editorial: Salto de Página (21,95 euros. 352 páginas)


El argumento de 'Pero sigo siendo el rey', la nueva novela de Carlos Salem, parece dibujado por los vapores de un exceso de psicotrópicos regados con bourbon del bueno, y con Revolution 9 como banda sonora. Cabría pensar que no de otra forma se le pudo ocurrir tal disparate: el rey y un detective privado acompañados de una oveja emprenden una frenética huida perseguidos por un empresario millonario y hortera que quiere acabar con ellos, y que les llevará desde Estoril a Madrid pasando por una ignota comarca donde el tiempo se ha frenado y todos los pueblos parecen iguales, ayudados por un adivino del pasado, un compositor que busca una sinfonía desde las ventanillas de un Rolls, un ex montonero que regenta un restaurante temático en los locales de un antiguo banco, y un ministro del Interior de pasado revolucionario, agobiado pues se acerca la Nochebuena y el monarca aún no ha grabado el tradicional mensaje navideño. ¿Alguien da más?
Un delicioso delirio que funciona a la perfección gracias al genio de este autor autonaturalizado argeñol que ya recibió el reconocimiento del mundo literario con el premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón, y que aquí regala literatura de primer orden. Esta es una de esas novelas con las que el lector disfruta de la primera a la última página, cargada de humor, ironía, cinismo, pero también amargura, emoción e intriga a raudales. Todo ello narrado con un estilo depurado, ritmo vivísimo y un dominio del lenguaje extraordinario. Y Salem no se contenta con administrar todas esas virtudes que por sí solas elevan la calidad de esta novela, sino que introduce una interesante reflexión sobre la pérdida, la culpa y la redención, a través de unos personajes fronterizos y atormentados, pero entrañables, que se buscan a sí mismos huyendo de una realidad impuesta por los afectos y las responsabilidades. El rey, como personaje excepcional, cede el protagonismo una vez superada la sorpresa al auténtico protagonista de esta historia, el duro y a la vez sentimental José María Arregui, un ex policía cínico y descreído que vive atormentado por la muerte de su pareja, de la que se siente responsable, y que busca redención en las barras de los bares y esperanza en una relación virtual que ha iniciado con una misteriosa mujer con la que practica cibersexo. Salem completa el retablo con un elenco que incluye personas reales como Paco Ignacio Taibo, y emboscados en la ficción y aunque fácilmente identificables: así, en el adivino retrovisor Sosiris el Ruthilante se ven los rasgos del inefable Rappel; Luis Cabo, el compositor atribulado que busca su sinfonía perfecta, es el sosias de Luis Cobos; en el malvado Zuruaga se dibujan los trazos del Pocero; e incluso la oveja Rosita bien podría ser la Lucera de Javier Krahe, a quien se le menciona en un pasaje de la novela. El resto queda para la imaginación del lector, como si de un juego de personalidades se tratara, resuelto con originalidad y, sobre todo, elegancia y sensibilidad, por uno de los escritores más estimulantes del panorama literario actual.
Salem es un escritor original, libre y provocador que apunta directamente al tabú para desmontar prejuicios y demostrar que, si se hace con gracia, no hay límite para la imaginación. Ya en su anterior novela, ‘Matar y guardar la ropa’ (también publicada por Salto de Página), bombardeaba el falso pudor de la sociedad biempensante situando la acción en un camping nudista, pero como huye de esa pedagogía que caracteriza al escritor pretencioso, la historia fluye con la naturalidad propia de lo cotidiano, sin más trascendencia. Algo parecido sucede en esta novela con el rey, a quien humaniza más que todas esas artificiosas consideraciones sobre su campechanía. Una opción arriesgada que el escritor resuelve con estilo y grandeza.
Y con ello logra una magnífica novela, expresiva, divertida y profunda, que agradará por igual a monárquicos y republicanos, siempre que tengan la sensibilidad y la inteligencia necesarias para entender la ironía. Una novela que recuerda a la desinhibida imaginación de Flann O’Brien en su maravillosa obra ‘El tercer policía’ e incluso al Alfanhuí de Sánchez Ferlosio. ‘Pero sigo siendo el rey’ es uno de esos descubrimientos que no deben pasar desapercibidos, una novela recomendable para entender la infinitud de la literatura.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El tiempo y la muerte de una disquería

Y una caña (de cañaveral). Esta tarde me había propuesto escribir algo. Tantos años regalando el esfuerzo a asuntos triviales merecían un acto de sedición. Pero tenía el cerebro acartonado y ni Robe Iniesta con su poesía de arrabal, ni Depeche Mode y su épica de iglesia lograban estimularme. Y mira por dónde, encuentro un clásico enterrado bajo unos cuantos cedés de música clásica: 'Anthem of the sun', una delicadeza psicodélica de los atomizados Grateful Dead. Si mis conocimientos no me traicionan, creo que es el segundo trabajo del grupo, que data de 1968, más o menos, y es un lujo. Además, este es uno de esos discos que dan sentido a la demencia que caracteriza al amante de la música, pues lo encontré en la liquidación de una disquería de Benidorm, pasto de la mediocridad rampante. Allí todo estaba a tres euros y el tío de la caja, seguramente el dueño, cobraba con un rictus de amargura, pensando quizás que cada cedé que vendía era un jirón de vida, un paso más hacia la nada. Confieso que me dio pena, y en un arrebato de compasión decidí no comprar demasiados para concederle unos días más de esperanza. Ahora escucho las trompetas que suenan en 'Born cross-eyed' y se me antojan los clarines anunciando el final de la corrida. Ni me acuerdo cómo se llamaba la tienda, qué más da. Todo conduce al ciberespacio tutelado por la medianía.