domingo, 9 de noviembre de 2008

Orgullo y prejuicio

Viene a propósito el título de la conocida obra de Jane Austen para definir el estado en el que se encuentra el mundo después de los acontecimientos electorales ocurridos esta semana que acaba en los Estados Unidos, pues parece que el género humano en su versión ilustrada haya realizado uno de esos pueriles ejercicios de exorcismo de la memoria con que de vez en cuando jalonan la Historia, al despojarse repentinamente de sus recuerdos para afrontar con renovada perspectiva la llegada al poder del imperio de un negro. ¡UN NEGRO! Sí, un ser humano del mismo color de quienes en media Europa son menospreciados, del color de esos que cada día arriban a nuestras costas exhaustos después de un terrorífico viaje hacia lo impredecible, de quienes se ocultan en las cloacas de nuestro compasivo mundo y esperan al amanecer en una esquina al mejor postor para ser explotados en aras de ese desarrollo que hoy muestra sus vergüenzas. El mundo pudiente está orgulloso de que en el país más poderoso del mundo, cuna y academia de la más abyecta concepción de las relaciones humanas significada en la esclavitud, haya llegado un negro a lo más alto; se enorgullecen quienes repatrían al incauto y exprimen al audaz, quienes les condenan a una pobreza aún más atroz de la que huyen y quienes les reprochan no saber administrar las migajas del festín colonial. E incluso confían a ese negro electo vanas esperanzas para que les saque de la molicie a la que han conducido a sus sociedades, a base de complacer la codicia de unos pocos. Es una de esas ironías que revelan la futilidad de esos líderes que buscan el camino de la trascendencia, un párrafo en la Historia, y en su euforia aún no se han dado cuenta de que ese negro es, como todos los demás, un ser tan vulnerable e insignificante como ellos, capaz o no de alcanzar sus objetivos, pero un ser humano al fin y al cabo. El color no cuenta.