Yo comprendo que para quien vive de la escritura debe ser complicado atender a los rigores de la profesión y conceder al público una novela de forma periódica, para que la editorial pueda justificar el desembolso que permite al autor vivir, sobrevivir y, a algunos, incluso disfrutar de la vida. Si no se dispone del favor ciego del lector, y eso sólo lo proporciona el mercado, no sirve cualquier alarde de técnica por mucho que la idea que inspire el argumento de la obra sea atractiva y de ahí que echen mano de los manuales y las enciclopedias para llenar los huecos de la creatividad con empastes de humanismo artificioso. Así, si la historia no da para cubrir las doscientas páginas que se requieren para confeccionar un libro que justifique el precio, pues se coloca a un pastor como personaje y se llenan unas cuantas con el arte del pastoreo o la genealogía de la cabra. Algunos autores tienen una extraña habilidad para encajar esas disquisiciones y no morir en el intento, e incluso resultan interesantes en ocasiones, y en otras se convierten en lo más interesante dada la inanidad de la trama en sí misma. Una novela de amor convertida en un manual de jardinería, una intriga mechada de ciencia forense o, el colmo, novelas históricas alimentadas en la wikipedia... Los escritores que caen en esa tentación se convierten, deliberadamente o no, en pedagogos accidentales y su propuesta se resiente sin remedio al confundir lo literario con lo documental, por mucho que se esfuercen en armonizar ambas dimensiones para lograr un todo complementario que refuerce el resultado. En ocasiones el experimento resulta y la documentación enriquece la ficción, pero en otros el naufragio está garantizado en tanto que la parte documental es prescindible pues no aporta absolutamente nada al desarrollo de la trama, y entonces aflora la impostura. Aún hay una tercera dimensión en esta literatura pedagógia, y es en la que documentación y ficción, aunque no complementarias, sí funcionan por sí mismas y permiten al lector adquirir por un lado una información interesante y, por otro, identificar el argumento con su propia naturaleza. Y si el escritor consigue que ambas partes funcionen, la obra, aunque menor y artificiosa sin duda, puede llegar a ser apreciable e incluso, como es el caso, reseñable.
'El diablo de Milán' se encuadra en este último tipo de novela pedagógica. Martin Suter cuenta la historia de una joven maltratada que huye a las montañas en busca de la paz que le ha hurtado su pretendida vida feliz en la complaciente sociedad urbana. Experta en fisioterapia, consigue ser contratata en un hotel balneario dirigido por una bella y extraña mujer que pretende devolverle su viejo esplendor, aunque las gentes del pueblo donde se ubica no piensen lo mismo. La joven protagonista se encontrará allí con unos personajes ambiguos y desconcertantes en un ambiente que Suter se empeña en dotar de una atmósfera enfermiza y desasosegante. Pronto comenzarán a suceder extraños episodios que parecen seguir el guión de una antigua leyenda del lugar en la que el diablo es el protagonista. Entretanto, su ex marido -vástago de una familia de potentados suizos- intenta por todos los medios cobrarse venganza utilizando todos los medios a su alcance. La historia, como es fácil figurarse, terminará en tragedia.
Y para contar todo ésto, Suter aprovecha para desvelarnos algunas técnicas de masaje, hablar de neuropsicología a propósito de la sinestesia que sufre la protagonista desde que se puso hasta las ancas de ácido, o de filosofía mediante disquisiciones acerca de las diferentes realidades percibidas por el ser humano. Todo ello bastante interesante por cuanto de revelador tiene, pero absolutamente improcedente para con la historia en sí misma. No obstante, Suter resuelve con oficio las dos propuestas y el conjunto resulta gratificante.
Otros valores que hacen recomendable esta novela, publicada por Anagrama, son la certera descripción de los personajes, sobre todo los secundarios, y algunos recursos técnicos como la presentación del escenario y sus gentes desde la perspectiva de un observador en movimiento, lo cual dota de agilidad a la narración y elude las fallas en el discurso, que fluye con dinamismo y dota de claridad a las imágenes.
Con todo, y a pesar de las astucias argumentales, 'El diablo de Milán' es una novela recomendable aunque no memorable.
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