jueves, 21 de enero de 2010

Suerte

Supo que la suerte visitaba su barrio y salió a su encuentro, pero entre la muchedumbre que también la buscaba no supo reconocerla, pues jamás la había visto antes.

sábado, 2 de enero de 2010

Uno de los nuestros

Tomaba café en la atestada terraza de un emblemático local del centro de la ciudad, cuando a una mesa cercana a la mía en la que se sentaban un grupo de esos estetas que parecen siempre recién salidos de algún encuentro trascendental con la intelectualidad se acercó un joven que, de inmediato, identifiqué como uno de ellos tanto por el desparpajo con el que se desenvolvía como por la familiaridad con la que parecía dirigirse al grupo. Sin embargo, el rictus de asco que dibujaron los labios del que ejercía de icono de la tribu mientras extraía con elegante parsimonia un papel de fumar de una extravagante cartera de cuero, me hizo notar que algo no cuadraba en semejante epifanía. Aquel tipo de sonrisa diáfana y gestos triviales, desaliño cuidado en el vestir y aspecto aseado con ese toque categórico que define a quienes contradicen su manifiesto desapego por la tiranía de la moda con una científica armonía en la combinación de prendas y colores, era un extraño en el extraño universo diseñado por sus sorprendidos interpelados, quienes visiblemente apurados no sabían encontrar el tono preciso para modular esa soberbia ingenuidad que anima su cínica cordialidad. Desconcertada, una de las criaturas que escuchaban lo que quisiera que estuviese relatando el intruso aterrizó en la realidad y le alargó unas monedas.
El joven agradeció el gesto y recorrió las mesas representando su tragedia con no poco éxito. No puedo reproducir aquí sus palabras porque a la mía no se acercó, pero hubo quien incluso osó a entablar conversación con el mendigo y, por sus gestos, intuyo que sus palabras expresaban una preocupación inusitada entre quienes se las han de ver con estos actos de miseria. No era compasión, sino estupor lo que se transcribía en las caras de quienes recibían las explicaciones. Y todos se rascaron el bolsillo. Quizás, como yo, vieron en aquel chico una probabilidad, y sintieron pánico. No estamos preparados para ver la miseria cebarse en uno de los nuestros, a ver el fondo del abismo.
A mí no me pidió dinero, pero se me quitaron las ganas de gastar.