Llegado a este punto en el camino de la vida y consciente de que me quedan no más de cuarenta años de existencia, en el mejor de los casos y siempre que el azar no lo impida, sólo la certeza de que mis ojos no verán la demolición del planeta alivia el desconsuelo que me produce comprobar cómo los gobernantes que nos hemos elegido son incapaces de evitarlo. Lo lamento por todos esos niños a los que les imponemos la condena por un delito, el de nacer, del que no son responsables. Por eso propongo que se les eduque en el arte de la depredación; que sean partícipes desde el principio de sus días en el proceso de destrucción al que sus padres se dedican con cotidiana entrega; borrar de sus registros todo valor de solidaridad y tolerancia e inculcarles el necesario sentido de lo individual donde sólo importa crecer y no proliferar. Así, en unos años, las generaciones serán más magras y los que sobrevivan podrán aprovechar mejor los menguantes recursos que ofrezca el planeta. Y de esa forma, llegará el momento en que la humanidad evolucione hacia su propia extinción y logre así el supremo fin de su naturaleza: ser dueña de su propio destino y no permitir que sea el edificio que la alberga el que con su desmoronamiento la aniquile.
Mientras llega el momento, sigamos jaleando a los arquitectos del caos, miremos hacia otro lado mientras la casta dominante insiste en su empeño en preservar sus privilegios y atesoremos todas las riquezas posibles en nuestros pequeños universos antes de que lo hagan los demás. Así ganaremos en poder e insignificancia. Ningún ser vivo nos lo reprochará; al contrario, todos los que carecen de la facultan de razonar asumirán resignados el destino que elijamos y quizás, cuando lleguen los tiempos de oscuridad, sean los que hereden nuestra carroña.
Mientras tanto, que siga el festín. Al fin y al cabo, si alguno de los productos de nuestra perpetuación decidiera reprochárnoslo tendrá que hacerlo sobre frías lápidas o gritar al viento su desprecio. Para entonces, no seremos más que un recuerdo, un sencillo epígrafe en los libros de Historia o todo un volumen en la enciclopedia de la estupidez.
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