Yo, que tengo como lema aquello del sayo y el cuarenta de mayo, creo un insulto que la realidad contravenga la tradición y que en medio de junio sufra los rigores del calor hasta el extremo de despojar mi cama del acogedor cobertor y mostrarme a las tinieblas de la guisa que tengo reservada para el estío riguroso, es decir dormir en pelotas. Eso me descompone y aunque no entienda las exageradas reacciones del vulgo ante el envite climático, no puedo soslayar un jirón de solidaridad con los sudoríparos, más cuando yo mismo he de combatir con denuedo los fluidos que mi cuerpo se empeña en excretar sin criterio.
Como mi capacidad olfativa está estragada por la acción del bendito tabaco, me ahorro sentir los aromas que expelen las criaturas con las que tengo la desgracia de cruzarme en las cada vez más escasas ocasiones que decido mezclarme con ellas; y sólo aquellas que gustan de conservar la esencia hasta alcanzar lo añejo me hacen sentir parte de la humanidad.
(Seguirá)
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