Título: 'Pero sigo siendo el rey'.
Autor: Carlos Salem.
Editorial: Salto de Página (21,95 euros. 352 páginas)
El argumento de 'Pero sigo siendo el rey', la nueva novela de Carlos Salem, parece dibujado por los vapores de un exceso de psicotrópicos regados con bourbon del bueno, y con Revolution 9 como banda sonora. Cabría pensar que no de otra forma se le pudo ocurrir tal disparate: el rey y un detective privado acompañados de una oveja emprenden una frenética huida perseguidos por un empresario millonario y hortera que quiere acabar con ellos, y que les llevará desde Estoril a Madrid pasando por una ignota comarca donde el tiempo se ha frenado y todos los pueblos parecen iguales, ayudados por un adivino del pasado, un compositor que busca una sinfonía desde las ventanillas de un Rolls, un ex montonero que regenta un restaurante temático en los locales de un antiguo banco, y un ministro del Interior de pasado revolucionario, agobiado pues se acerca la Nochebuena y el monarca aún no ha grabado el tradicional mensaje navideño. ¿Alguien da más?
Un delicioso delirio que funciona a la perfección gracias al genio de este autor autonaturalizado argeñol que ya recibió el reconocimiento del mundo literario con el premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón, y que aquí regala literatura de primer orden. Esta es una de esas novelas con las que el lector disfruta de la primera a la última página, cargada de humor, ironía, cinismo, pero también amargura, emoción e intriga a raudales. Todo ello narrado con un estilo depurado, ritmo vivísimo y un dominio del lenguaje extraordinario. Y Salem no se contenta con administrar todas esas virtudes que por sí solas elevan la calidad de esta novela, sino que introduce una interesante reflexión sobre la pérdida, la culpa y la redención, a través de unos personajes fronterizos y atormentados, pero entrañables, que se buscan a sí mismos huyendo de una realidad impuesta por los afectos y las responsabilidades. El rey, como personaje excepcional, cede el protagonismo una vez superada la sorpresa al auténtico protagonista de esta historia, el duro y a la vez sentimental José María Arregui, un ex policía cínico y descreído que vive atormentado por la muerte de su pareja, de la que se siente responsable, y que busca redención en las barras de los bares y esperanza en una relación virtual que ha iniciado con una misteriosa mujer con la que practica cibersexo. Salem completa el retablo con un elenco que incluye personas reales como Paco Ignacio Taibo, y emboscados en la ficción y aunque fácilmente identificables: así, en el adivino retrovisor Sosiris el Ruthilante se ven los rasgos del inefable Rappel; Luis Cabo, el compositor atribulado que busca su sinfonía perfecta, es el sosias de Luis Cobos; en el malvado Zuruaga se dibujan los trazos del Pocero; e incluso la oveja Rosita bien podría ser la Lucera de Javier Krahe, a quien se le menciona en un pasaje de la novela. El resto queda para la imaginación del lector, como si de un juego de personalidades se tratara, resuelto con originalidad y, sobre todo, elegancia y sensibilidad, por uno de los escritores más estimulantes del panorama literario actual.
Salem es un escritor original, libre y provocador que apunta directamente al tabú para desmontar prejuicios y demostrar que, si se hace con gracia, no hay límite para la imaginación. Ya en su anterior novela, ‘Matar y guardar la ropa’ (también publicada por Salto de Página), bombardeaba el falso pudor de la sociedad biempensante situando la acción en un camping nudista, pero como huye de esa pedagogía que caracteriza al escritor pretencioso, la historia fluye con la naturalidad propia de lo cotidiano, sin más trascendencia. Algo parecido sucede en esta novela con el rey, a quien humaniza más que todas esas artificiosas consideraciones sobre su campechanía. Una opción arriesgada que el escritor resuelve con estilo y grandeza.
Y con ello logra una magnífica novela, expresiva, divertida y profunda, que agradará por igual a monárquicos y republicanos, siempre que tengan la sensibilidad y la inteligencia necesarias para entender la ironía. Una novela que recuerda a la desinhibida imaginación de Flann O’Brien en su maravillosa obra ‘El tercer policía’ e incluso al Alfanhuí de Sánchez Ferlosio. ‘Pero sigo siendo el rey’ es uno de esos descubrimientos que no deben pasar desapercibidos, una novela recomendable para entender la infinitud de la literatura.
Un delicioso delirio que funciona a la perfección gracias al genio de este autor autonaturalizado argeñol que ya recibió el reconocimiento del mundo literario con el premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón, y que aquí regala literatura de primer orden. Esta es una de esas novelas con las que el lector disfruta de la primera a la última página, cargada de humor, ironía, cinismo, pero también amargura, emoción e intriga a raudales. Todo ello narrado con un estilo depurado, ritmo vivísimo y un dominio del lenguaje extraordinario. Y Salem no se contenta con administrar todas esas virtudes que por sí solas elevan la calidad de esta novela, sino que introduce una interesante reflexión sobre la pérdida, la culpa y la redención, a través de unos personajes fronterizos y atormentados, pero entrañables, que se buscan a sí mismos huyendo de una realidad impuesta por los afectos y las responsabilidades. El rey, como personaje excepcional, cede el protagonismo una vez superada la sorpresa al auténtico protagonista de esta historia, el duro y a la vez sentimental José María Arregui, un ex policía cínico y descreído que vive atormentado por la muerte de su pareja, de la que se siente responsable, y que busca redención en las barras de los bares y esperanza en una relación virtual que ha iniciado con una misteriosa mujer con la que practica cibersexo. Salem completa el retablo con un elenco que incluye personas reales como Paco Ignacio Taibo, y emboscados en la ficción y aunque fácilmente identificables: así, en el adivino retrovisor Sosiris el Ruthilante se ven los rasgos del inefable Rappel; Luis Cabo, el compositor atribulado que busca su sinfonía perfecta, es el sosias de Luis Cobos; en el malvado Zuruaga se dibujan los trazos del Pocero; e incluso la oveja Rosita bien podría ser la Lucera de Javier Krahe, a quien se le menciona en un pasaje de la novela. El resto queda para la imaginación del lector, como si de un juego de personalidades se tratara, resuelto con originalidad y, sobre todo, elegancia y sensibilidad, por uno de los escritores más estimulantes del panorama literario actual.
Salem es un escritor original, libre y provocador que apunta directamente al tabú para desmontar prejuicios y demostrar que, si se hace con gracia, no hay límite para la imaginación. Ya en su anterior novela, ‘Matar y guardar la ropa’ (también publicada por Salto de Página), bombardeaba el falso pudor de la sociedad biempensante situando la acción en un camping nudista, pero como huye de esa pedagogía que caracteriza al escritor pretencioso, la historia fluye con la naturalidad propia de lo cotidiano, sin más trascendencia. Algo parecido sucede en esta novela con el rey, a quien humaniza más que todas esas artificiosas consideraciones sobre su campechanía. Una opción arriesgada que el escritor resuelve con estilo y grandeza.
Y con ello logra una magnífica novela, expresiva, divertida y profunda, que agradará por igual a monárquicos y republicanos, siempre que tengan la sensibilidad y la inteligencia necesarias para entender la ironía. Una novela que recuerda a la desinhibida imaginación de Flann O’Brien en su maravillosa obra ‘El tercer policía’ e incluso al Alfanhuí de Sánchez Ferlosio. ‘Pero sigo siendo el rey’ es uno de esos descubrimientos que no deben pasar desapercibidos, una novela recomendable para entender la infinitud de la literatura.
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