martes, 27 de julio de 2010

Efectos del destrozo climático en Caniculandia V. Plagas

Este año hasta las medusas, que en veranos pasados han constituido el principal flujo de visitantes en las playas de Caniculandia, han decidido ir de vacaciones a otros lugares. Y parece ser que para no dejar desoficiados a los sanitarios que vigilan las zonas de baño, los caniculinos más ancianos han decidido ahogarse en masa. No hay día que no acabe con un turista provecto camino del depósito o, en el mejor de los casos, del hospital y siempre en bañador. La frecuencia es tal que hasta los pescadores, que otros años han hecho próspero negocio atrapando medusas, han propuesto a las autoridades emplear sus redes para recoger bañistas audaces e impedir así que el crecimiento vegetativo de Caniculandia se resienta o que sus aguas adquieran fama de traicioneras. Pero han recibido un rotundo no por respuesta, dado que la gobernanza cree que así podrán ahorrar en pensiones y medicamentos. Incluso hay quien ha considerado que ese alivio estadístico de los censos contribuirá a mejorar la estética de las playas, limpiando la arena de carnes flaccidas decoradas con biquinis y bragas náuticas en beneficio de lozanía y juventud. Sólo los más pragmáticos temen que tan alta perdida pueda dañar las expectativas electorales de la derecha, pues están convencidos de que la ancianidad es permeable a la demagogia y fiel a sus rutinas. De ahí que hayan proliferado por las playas amables personajes que advierten a los viejecitos de los peligros de zambullirse en el agua inmediatamente después de una ingesta inapropiada de calamares a la romana, magra empanada o tortilla de patata acompañadas con cantidades no menos inadecuadas de cerveza o vino de mesa; así como del riesgo de emprender aventuras épicas a nado, indicando sobre mapas adaptados a sus conocimientos la distancia real que hay entre la orilla de la playa y las boyas que protegen la zona de baño de incómodos vehículos náuticos; o de que el sol no calienta igual a las once de la mañana que a las tres de la tarde, y que si uno se sofoca es mejor ponerse a la sombra que correr al agua en busca de alivio; y así todo. A pesar de ello, los ancianos se siguen ahogando a un ritmo alarmante y ya hay quien ha propuesto que las correspondientes guardias urbanas los detengan a todos a partir de las doce del mediodía y los libere a las nueve de la tarde, para que puedan arreglarse e ir a caminar por el paseo marítimo, tomar un inofensivo helado y criticar al vecino. Pero los sindicatos de policías de pueblo han exigido unas compensaciones demasiado altas para que esta medida pueda llevarse a cabo sin poner en peligro las fiestas patronales de cada lugar, por lo que las autoridades han llegado a la conclusión de que es mejor encomendarse a Santa Rita y esperar un milagro. O, como proponen los más avispados, buscar a las medusas y convencerlas de que vuelvan con la promesa de que las dejarán picar a cien bañistas por día y que serán las pregoneras en las fiestas de los pueblos con homenaje de las autoridades y paellas gratis para todos los parroquianos. Pero si los agoreros tienen razón y lo que sucede es que el nivel de estupidez ha alcanzado máximos delirantes, cualquier medida que se ponga en práctica será inútil y sólo quedará incluir el ahogamiento como atractivo turístico. Al menos se ganarán unos dinerillos.

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