lunes, 26 de julio de 2010

Efectos del destrozo climático en Caniculandia IV. Hastío

"Me largo de aquí". Era una idea. Era un deseo. Era una convicción. Es una evidencia. Se resistió mientras pudo a profesar la misantropía, pero las escenas que contemplaba a diario fueron mermando su fortaleza y ya no había nada que aliviase su angustia. Quería huir, traspasar las paredes del laberinto en alguno de sus rincones olvidados. Hacer trampa y diluirse. Nadie le echaría de menos y, sólo quizás pasado un tiempo, algún escrutador advertiría su hueco en las disciplinadas filas de su rutina. Pero nunca fue audaz y un poderoso temor a lo desconocido le impedía hacer realidad su sueño. Así seguía nadando en aquella papilla densa de estupidez y vulgaridad buscando un valor que le negaba su propia indolencia. Aquella noche, tras regresar de su trabajo caminando por calles embalsamadas por la sofocante calima de julio, se miró al espejo y descubrió que su cuerpo ya había comprado billete de ida. Que algo no funcionaba bien en su interior lo sabía desde hacía tiempo; esa garra que se aferraba a su cuello cada mañana, el color de la orina y una fatiga cotidiana presagiaban la rebelión de su naturaleza, y su imagen reflejada en el azogue convirtió el presagio en anuncio. Supo que poco más podría hacer por rescatarse; era el momento de largarse de allí. No estaba dispuesto a entregar su cuerpo a esos vanidosos mercaderes de esperanza con bata blanca y pasar sus últimos momentos entre titilantes lucecitas y monótonos sonidos metálicos, ominosos guardianes de su decrepitud. No quería aliviar su espera con cínica compasión, vanas expectativas y solemnes sentencias. Él quería ser centinela de su resistencia y decidir cuándo había de emprender el último viaje. Como esos ancianos que se saben inútiles para la tribu y deciden entregarse a la naturaleza en una ofrenda final íntima y serena, libre. Así me anunció sus intenciones el día que lo encontré acodado en la barra de la cafetería donde cada mañana compartíamos unos momentos de nuestra existencia bebiendo café e intercambiando apenas unas palabras de cortesía. Aquella mañana se dirigía por última vez a su trabajo y me dijo: 'Me largo de aquí'. Y me alegré por él.

No hay comentarios: