EL DIA DE LOS INOCENTES
Josip Novakovich
T: Jordi Giménez Samanes.
El Andén (20,50 euros)
Josip Novakovich
T: Jordi Giménez Samanes.
El Andén (20,50 euros)
El 1 de abril de 1948 –día de los inocentes en Croacia- nace Ivan Dolinar, quién desde ese momento entablará una permanente batalla entre su ansia de poder y la fatalidad. Llamado a emprender grandes empresas, verá como la casualidad le marcará un camino bien distinto en esta peripecia vital, en la que se mezcla el realismo más crudo con esa magia que fluye en las sociedades impregnadas por el poder de las tradiciones, como es la balcánica. Con esos presupuestos, Novakovich construye esta sencilla epopeya de la vida cotidiana, impregnándola de una maravillosa ironía, ingenioso humor negro y certeras dosis de surrealismo, que la convierten en un magnífico ejemplo de esa literatura profunda revestida del naturalismo preciso para hacerla accesible a cualquier lector amante de las buenas historias. Huye el autor croata de grandilocuencias para narrar esta peripecia existencial que bien podría parecer una broma, de no ser por la dolorosa certeza de que los sucesos que componen el corpus del relato son más que reales, y basta con recurrir a la memoria reciente de Europa para comprobarlo. Pero, como bien se refleja en el cine hecho en esa parte del continente, con Jan Cvitkovic o Emir Kusturica de arietes, Novakovich echa mano del sentido del humor para afrontar la tragedia con una actitud desprendida y casi resignada que la hace más digerible para el observador profano, y matiza el horror mediante la propia conducta fatalista de los personajes, para quienes la vida y la muerte parecen meros trámites.
Ivan Dolinar es un personaje contradictorio, cautivo de ese sentido trágico de la existencia, asume con estoicismo el envite de las circunstancias pues, apartado de su prometedora carrera de médico y condenado a cuatro años de trabajos forzados al verse mezclado de forma fortuita en los, más deseados que patentes, planes de un compañero de estudios para asesinar al mariscal Tito, aún es capaz de conmoverse al ver el cadáver de éste crucificado en la plaza de un pueblo bosnio durante la guerra civil en Yugoslavia, y aun reconocer que a pesar de haberle destrozado la vida echa de menos los buenos ratos pasados en su compañía. Esa peculiar interpretación de las emociones se repite en la relación que el protagonista mantiene con el asesino de su mejor amigo, el jefe de policía Vukic, con quien tras la guerra comparte su afición al ajedrez y la fascinación por la esposa de éste, a quien seduce no por malicia ni venganza sino por la necesidad de hallar un sentido a su propia y tormentosa relación matrimonial con Selma, una bella estudiante que, asimismo, acepta casarse con Iván como mal menor tras ser brutalmente violada por un capitán serbio. Todo ello son retazos de una experiencia marcada por esa fatalidad que aceptan como esencia de sus vidas, lo cual significa el matiz que distingue esta emocionante historia de criaturas al límite que, sin embargo, despliegan una insólita capacidad de adaptación a lo inevitable.
Novakovich estructura la historia de Ivan en escenas y sensaciones, que definen cada uno de los episodios de su vida a la vez que participan al lector de la evolución histórica de un país en descomposición y unas gentes que se debaten entre la esperanza y el estupor. El resultado es una novela impresionante, cruda a ratos, divertida otros, tierna y emocionante que revela el genio de un autor a descubrir, y una literatura a reivindicar. Una narrativa que se nutre de vivencias, de sensaciones y de ese sentido trágico de la vida que hace pensar si sus criaturas no son víctimas de una eterna inocentada.
En esas escenas demuestra Novakovich su dominio de los tiempos y las sensaciones, pues pasa del amable relato de costumbres, tierno y descriptivo, a la intensidad en la escalofriante narración de la guerra que expone de forma deshinibida pero contenida, sin recrearse en detalles escabrosos en beneficio de las emociones y comportamientos, hasta llegar al clímax del desenlace, donde da rienda suelta al ingenio para componer un ejercicio de realismo mágico tragicómico con el que muestra los contrastes de la personalidad de esas sociedades marcadas por una amarga ironía que las hace inigualables. Todo está dispuesto de forma precisa y dotado de sus ritmos adecuados, aunque prevalezca en todo momento un halo de melancolía, esa que alimenta la peculiaridad de gentes errantes en busca de una identidad y que tienen a la muerte como a la vida como un tránsito hacia no saben bien dónde. Aunque eso parece dar igual.
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